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- On febrero 17, 2025
De Enriquecer a los Accionistas a Servir a las Personas Interesadas
El sistema económico en el que la brecha entre los extremadamente pobres y los superricos se ensancha al minuto, deja a miles de millones de personas luchando por sobrevivir. Es simplemente injusto.
Se han propuesto muchas ideas y se han debatido muchas cuestiones sobre cómo resolver estos problemas y diferentes sistemas económicos han sido analizado con pasión y detalle, siendo incluso probados por varias naciones, sin que se vislumbre ninguna solución. El problema de la creciente brecha entre ricos y pobres no ha remitido, sino que ha empeorado.
Como es mi costumbre, trato de simplificar el problema para comprenderlo mejor y no perderme en el océano de datos y detalles. Me he dado cuenta de que, en casi todos los casos, el objetivo de la mayoría de las empresas o firmas con fines de lucro es complacer a los accionistas, y no a las personas a las que finalmente afectan.
Para aclarar este concepto, definamos primero los dos términos.
Accionista: Persona o institución que ha invertido dinero en una corporación a cambio de una “participación” en la propiedad.
Parte interesada: Persona o grupo con un interés personal o una participación en la toma de decisiones y las actividades de una empresa, organización o proyecto. Según estos criterios, las partes interesadas suelen incluir a clientes, empleados, inversores y proveedores y, finalmente, a toda la sociedad.
Para simplificar, utilicemos el término “accionistas” para representar el interés propio que ha sido la fuerza impulsora o el motor de los sistemas capitalistas predominantes en el mundo. Ese término, después de todo, fue sugerido por Adam Smith, a quien muchos han llamado el padre del capitalismo.
Utilicemos el término “partes interesadas” para simbolizar el bienestar del público: los miembros comunes de una comunidad o país a quienes el sistema económico intenta servir. Un sistema económico equitativo y justo debería apuntar y esforzarse por lograr el bienestar, la felicidad y la seguridad financiera de todos, en lugar de aumentar los precios de las acciones o mayores ganancias para el beneficio exclusivo de unos pocos.
Uno de los principios primarios de las enseñanzas bahá’ís –una solución espiritual a los problemas económicos del mundo– pide a la humanidad que logre la unidad y la justicia eliminando las grandes disparidades entre los ricos y los pobres:
“Los gobiernos de los distintos países deberán ajustarse a la Ley Divina, que otorga igual justicia a todos. Ésta es la única manera de abolir la deplorable futilidad de la riqueza exagerada, así como la miserable, desmoralizante y degradante pobreza. Hasta que esto no sea un hecho, no se habrá obedecido la ley de Dios.”
Para alcanzar este elevado objetivo, debe producirse un cambio fundamental en nuestro proceso de pensamiento y nuestra visión. Las diferentes instituciones del mundo deben cambiar su dirección hacia una nueva, motivadas por valores humanos y espirituales.
Este cambio en la mentalidad mundial implica ver el panorama general y a toda la humanidad, en lugar de una pequeña porción de la sociedad que ha acumulado la gran mayoría de los recursos financieros. También debemos revisar y corregir los gastos inútiles en industrias bélicas y militares, redirigiéndolos hacia fines humanitarios y el avance de las ciencias que promuevan el bienestar de toda la humanidad.
En su libro El Orden Mundial de Bahá’u’lláh, el Guardián de la Fe Bahá’í, Shoghi Effendi, esbozó la esperanzadora y positiva visión Bahá’í de un mundo unificado, desmilitarizado y económicamente equitativo, diciendo que las enseñanzas Bahá’ís ayudarán a hacerla realidad:
“Los recursos económicos del mundo serán organizados, sus fuentes de materias primas serán explotadas y plenamente utilizadas, sus mercados serán coordinados y desarrollados, y será equitativamente regulada la distribución de sus productos…
Las causas de la contienda religiosa serán eliminadas permanentemente, las barreras y restricciones económicas serán completamente abolidas y será suprimida la excesiva distinción entre clases. Por un lado, desaparecerá la indigencia y, por otro, la acumulación excesiva de bienes. La enorme energía disipada y desperdiciada en la guerra, ya sea económica o política, será consagrada a aquellos fines que extiendan el alcance de las invenciones humanas y del desarrollo tecnológico, al aumento de la productividad de la humanidad, al exterminio de las enfermedades, a la extensión de la investigación científica, a la elevación del nivel de salud física, a la agudización y refinamiento del cerebro humano, a la explotación de los recursos no utilizados e insospechados del planeta, a la prolongación de la vida humana y al fomento de todo organismo que estimule la vida intelectual, moral y espiritual de toda la raza humana.”
A medida que aumentan los problemas económicos del mundo y con ellos la intensidad de nuestras múltiples crisis, la humanidad tiene que afrontar la realidad de que el alcance de los problemas del mundo ha alcanzado un nivel que supera la capacidad de nuestro actual sistema de soberanía por naciones. Se necesita un nuevo enfoque unificador mundial y una nueva forma de buscar una solución: la comprensión de que los valores espirituales y morales deben incluirse en la formulación y aplicación del sistema que puede remediar las enfermedades de nuestra enferma sociedad humana.
Las enseñanzas bahá’ís entienden que existen dos tipos de civilización humana: la material y la espiritual, y que lograr un equilibrio entre ambas constituye la solución. ‘Abdu’l-Bahá explicó este concepto de manera hermosa:
“Y entre las enseñanzas de Bahá’u’lláh está que, aunque la civilización material es uno de los medios para el progreso del mundo de la humanidad, empero, mientras no llegue a combinarse con la Civilización divina, no se logrará el resultado deseado, el cual es la felicidad de la humanidad. Considerad: estos buques acorazados que reducen a ruinas una ciudad en el lapso de una hora son el resultado de la civilización material; asimismo, los cañones Krupp, los rifles Mauser, la dinamita, los submarinos, las lanchas torpederas, los aviones armados y los bombarderos: todas estas armas de guerra son los frutos malignos de la civilización material. Si la civilización material hubiera estado unida con la Civilización divina, estas armas de fuego nunca se habrían inventado. Es más, la energía humana habría sido enteramente dedicada a las invenciones útiles y se habría concentrado en descubrimientos loables. La civilización material es como el cristal de la lámpara. La Civilización divina es la lámpara misma y el cristal sin la luz es oscuro. La civilización material es como el cuerpo. Por muy agraciado, elegante y hermoso que pueda ser, está muerto. La Civilización divina es como el espíritu y el cuerpo recibe vida del espíritu, de lo contrario pasa a ser un cadáver. Así, se ha puesto en evidencia que el mundo de la humanidad tiene necesidad de los hálitos del Espíritu Santo. Sin el espíritu, el mundo de la humanidad carece de vida, y sin esta luz el mundo de la humanidad se halla en la oscuridad absoluta. Pues el mundo de la naturaleza es un mundo animal. Hasta que el hombre no renazca del mundo de la naturaleza, es decir, hasta que no se desprenda de él, es esencialmente un animal, y son las enseñanzas de Dios las que convierten a este animal en un alma humana.”
La historia de la economía puramente capitalista, con su énfasis en el lucro a cualquier precio y con poca atención a la difícil situación de los pobres, ha creado esta disparidad extrema entre los que “tienen” y los que “no tienen”, que amenaza con desestabilizar todo nuestro mundo. Es hora de repensar nuestras suposiciones sobre nuestros sistemas económicos, enfatizar las necesidades de los interesados por sobre las de los accionistas y comenzar a construir un sistema global más justo y equitativo introduciendo valores humanos, morales y espirituales.
- By Badi Shams
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