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¿Puede la Educación Desarrollar Nuestro Potencial Material y Espiritual?

Años de participación en el sistema educativo, e incluso la creación de una escuela en el extranjero hace años, me han llevado a esta pregunta: ¿Nuestro sistema educativo atiende todos los aspectos de la vida de nuestros niños?

Siempre he pensado que la educación consiste en descubrir los talentos y el potencial ocultos de los niños y los jóvenes, enseñarles a pensar por sí mismos y darles el conocimiento y la sabiduría suficientes para elegir el camino correcto, pero parece que nos hemos alejado mucho de esos objetivos esenciales.

Desde mi perspectiva, el objetivo principal de la educación consiste en despertar el potencial de los estudiantes para que puedan hacerse cargo de sus vidas. A lo largo de mi carrera, esta cita de los escritos bahá’ís ha sido mi luz guía para navegar por el complicado y espinoso sistema educativo: “Considerad al hombre como una mina rica en gemas de inestimable valor La educación puede, ella sola, hacer que revele sus tesoros y permitir que la humanidad se beneficie de ellos.”

En el pasado, e incluso actualmente en algunos lugares del mundo, los niños eran enviados a un maestro o gurú para que los educara. Se les enseñaban los hechos básicos del ser humano haciendo hincapié en los valores morales y espirituales, y una vez logrado esto, el maestro procedía a enseñarles matemáticas y ciencias– los valores humanos y espirituales se consideraban la base necesaria para construir una buena vida.

Lamentablemente, hoy en día, podemos crear hermosos diseños y enseñar habilidades importantes, pero lo hacemos sin tener en cuenta la base y su mantenimiento. Nuestros sistemas educativos se han vuelto unilaterales, con un gran énfasis en el éxito material. Todo el sistema está orientado a impartir las habilidades necesarias para el éxito en el mundo material y en el mercado, y se hace poco o ningún esfuerzo para enriquecer y alentar el logro del objetivo superior de convertirse en un mejor ser humano y crear un equilibrio entre las metas materiales y espirituales.

En mi opinión, la educación debe desarrollar primero el potencial humano, como señala este pasaje de las enseñanzas bahá’ís:

“Potencialmente, todo niño es la luz del mundo y, al mismo tiempo, su oscuridad; por consiguiente, la cuestión de la educación debe ser considerada como de importancia primordial. Desde su infancia, el niño debe ser amamantado en el pecho del amor de Dios y criado en el abrazo de Su conocimiento, para que irradie luz, crezca en espiritualidad, se llene de sabiduría y erudición y adquiera las características de la hueste angelical”

Desafortunadamente, nuestros objetivos se han alejado del desarrollo del potencial humano y espiritual para formar individuos capacitados para navegar en el competitivo mundo del mercado laboral y conseguir empleos con altos salarios y beneficios.

Cuando ponemos el énfasis educativo en el aspecto material de la vida, permitimos que una pequeña minoría de nuestros estudiantes suba la escalera de la ganancia financiera. Pero incluso el éxito del sistema educativo en enseñar los hechos esenciales de la gestión del aspecto material es cuestionable: una de mis ex alumnas me dijo que le robaron 12 años de su vida escolar porque no aprendió los conceptos básicos de cómo administrar sus finanzas. Cuando nos centramos en el éxito material de unos pocos, ignoramos conceptos como el de planificar una vida económica y moral próspera y equilibrada para todos.

Entiendo la necesidad y la importancia del éxito material, pero la pregunta es: ¿a qué precio? En la mayoría de los casos, el precio que pagamos descuida la importancia de desarrollar el potencial de nuestras almas.

No hay nada malo en tener éxito financiero: tener una profesión, títulos, habilidades y riqueza, siempre y cuando recordemos que estos no definen quiénes somos. En realidad, en nuestro mundo materialista, lo que somos se ha vuelto secundario respecto de lo que tenemos, esos indicadores superficiales o criterios para medir el éxito en la vida.

Abdu’l-Bahá dijo:

Sin duda, el progreso material es algo bueno y digno de alabanza, pero al proceder así, no olvidemos el importantísimo progreso espiritual, cerrando nuestros ojos a la luz divina que está brillando entre nosotros.

Sólo progresando tanto espiritual como materialmente, podemos evolucionar verdaderamente y convertirnos en seres perfectos.

¿Cuál es la solución? Necesitamos enseñar a los niños y jóvenes la importancia de una vida equilibrada, para que los individuos puedan experimentar los frutos de ambos lados de su existencia.

Varias religiones en el mundo han ofrecido escuelas religiosas para abordar este problema fundamental. Pero aún así, algunas de ellas enfatizan la supuesta supremacía de esa religión sobre las demás, presentando su religión como el único camino hacia Dios o la salvación. Eso conduce al fanatismo, la alienación y la división, destruyendo el potencial de sus estudiantes.

Las enseñanzas bahá’ís afirman que cada niño está lleno de dones del Creador, y el papel de la educación es desarrollarlos y hacerlos brillar. Es trágico para mí que cuando pensamos en la triste situación del mundo, vemos la pérdida de vidas debido a las guerras, los desastres naturales y las enfermedades. Pero nunca pensamos en tantas almas que se pierden todos los días y nunca descubren su potencial debido a la falta de una educación adecuada. La educación real guía a los estudiantes a aprender el significado de una vida próspera y equilibrada, progresando materialmente y también progresando en la adquisición de valores humanos y espirituales en su viaje de la vida.

El punto más importante que se pierde en los debates en los que se glorifica y alaba el éxito material es que muchas personas ricas que obtienen grandes fortunas se dan cuenta al final de sus vidas de que deben dejar atrás todas sus posesiones cuando mueren. Por otra parte, el crecimiento espiritual y moral alcanzado durante una vida no desaparece y genera una gran satisfacción al saber que una vida dedicada a adquirir virtudes humanas no fue en vano.