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¿Cómo deberíamos medir nuestra vida?

El triste fallecimiento de mi dulce y amable sobrino de 33 años, hijo único de mi hermana, que acababa de casarse y era muy querido para mí, me desafió a comprender el significado de su muerte a una edad tan temprana.

Su fallecimiento prematuro me obligó a pensar no solo en la realidad de la muerte, sino también en el concepto de sopesar el valor de nuestras vidas con las herramientas de medición hechas por el hombre de los días y los años.

Tendemos a considerar triste cuando algunas almas abandonan este mundo físico antes que otras. Pero me pregunté si no sería mejor centrarnos en pensar en cómo utilizaron su tiempo mientras estuvieron vivos, en lugar de simplemente contar el pequeño número de años que pasaron viviendo en esta existencia física.

La humanidad inventó el concepto del tiempo, basado en la rotación de la Tierra. Esta la llamamos día, y cuando la Tierra da una vuelta alrededor del sol, lo llamamos año. Así, usamos esas rotaciones para medir nuestra duración de vida. El tiempo se convirtió entonces en una herramienta tangible para contar la duración de nuestras vidas aquí en la Tierra. Cumple bien su propósito. Pero inherente a este énfasis en nuestra vida está la suposición de que tener más años es el objetivo de esta.

Sin embargo, cuando leo y estudio las enseñanzas bahá’ís, no creo que Dios lo vea de la misma manera o nos juzgue desde esa perspectiva limitada por el tiempo.

Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe bahá’í, nos recuerda en Las Palabras Ocultas la brevedad de nuestras vidas y cómo prepararnos para nuestro segundo nacimiento antes de la hora de nuestra muerte física:

Vive pues los días de tu vida, que son menos que un momento efímero, con tu mente limpia, tu corazón inmaculado, tus pensamientos puros y tu naturaleza santificada, para que libre y contento te desprendas de este cuerpo mortal, te dirijas al paraíso místico y habites en el reino eterno para siempre.

Nuestro énfasis moderno en el aspecto material de la vida ha empujado a la humanidad a adoptar herramientas para medir el aspecto cuantitativo de nuestras vidas, lo que ha contribuido a la confusión de la humanidad y a cambiar los valores físicos por los espirituales. ¿La realidad? La cantidad de años que tengamos no garantiza una vida espiritual y plena; sólo la devoción de nuestra vida interior a los ideales espirituales puede garantizarlo.

Las enseñanzas bahá’ís confirman esa ecuación. ‘Abdu’l-Bahá señaló que tenemos propósitos más elevados que simplemente satisfacer nuestras necesidades físicas:

El lapso de su existencia se disipará en la comida, la bebida y el descanso sin frutos eternos, señales celestiales o iluminación. Sin la potencia espiritual, la vida sempiterna o las elevadas consumaciones destinadas para él durante su peregrinaje a través del mundo humano.

Así que, después de la muerte de su hijo, para consolar a mi hermana, compartí con ella mi visión sobre las almas que abandonan este mundo de manera temprana. Considero que este mundo es un campo de pruebas – una escuela de aprendizaje, con sus maestros espirituales que definen los caminos que podemos recorrer mejor. Esos grandes maestros – los profetas y mensajeros que fundaron las grandes religiones del mundo – nos ayudan a estudiar y practicar lo que hemos aprendido, con el conocimiento de que al final de nuestras vidas físicas, habrá un mundo siguiente, una existencia espiritual que nos espera.

Le dije a mi hermana que tal vez su hijo había sobresalido en sus estudios, ya que era un alma gentil e inocente, y Dios debe haber pensado que era el momento de su graduación, por lo que lo envió a su siguiente grado mientras nosotros nos quedábamos atrás, lo que requería más trabajo antes de poder avanzar. Además, le envié a mi hermana este pasaje de las enseñanzas bahá’ís, que ‘Abdu’l-Bahá le escribió a una mujer que también había perdido a su hijo pequeño:

El fallecimiento de ese amado joven y su separación de vosotras ha causado extremo dolor y pena; pues en la flor de la edad y en la lozanía de su juventud emprendió el vuelo hacia el nido celestial. Mas él ha sido liberado de este albergue lleno de pesar y ha vuelto el rostro hacia el sempiterno nido del Reino y, librado de un mundo estrecho y oscuro, se ha dirigido presuroso hacia el santifi cado dominio de la luz; en ello yace el consuelo de nuestros corazones. La inescrutable sabiduría divina es la razón fundamental de tan desgarradores sucesos. Es como si un bondadoso jardinero trasplantara un joven y tierno arbusto desde un lugar limitado a una amplia área abierta. Este traslado no es causa del marchitamiento, la decadencia o destrucción de ese arbusto; más bien, por el contrario, lo hace crecer y prosperar, adquirir frescura y delicadeza, volverse verde y producir frutos. Este secreto oculto lo conoce bien el jardinero, pero aquellas almas que no son conscientes de esta misericordia suponen que el jardinero, en su cólera o su ira, ha desarraigado el arbusto. Más para aquéllas que son conscientes, este hecho encubierto se halla manifiesto y este decreto predestinado es considerado una merced.

De la profunda sabiduría de las enseñanzas bahá’ís se desprende que la muerte no es necesariamente algo malo, ya que todos tenemos que morir. Además, nuestras vidas no se miden por el número de veces que la Tierra gira alrededor del Sol, sino por lo que hacemos con el don de la vida que Dios nos ha dado.

Esta conclusión surgió de una conversación que tuve con un joven que había venido a hablar a un grupo en un centro de tratamiento en el que trabajé hace años. Se refirió al daño que causan las drogas, a pesar de que tenía SIDA y sólo le quedaban unos meses de vida.

Después de su charla, le hice una pregunta personal: ¿cómo afrontaba y se sentía ante su muerte inminente? Dijo que durante muchos años había sido un adicto a las drogas intravenosas que vivía en la calle y que, si no hubiera contraído el SIDA, habría seguido haciéndolo. Por eso, me dijo, no cambiaría por nada del mundo estos pocos meses que le quedaban, ayudando a otros a no repetir sus errores. Se había dado cuenta de que lo importante no es el número de años, sino cómo los utilizamos.

Abdu’l-Bahá explicó en qué debemos centrarnos durante nuestras cortas vidas:

Las fugaces horas de la vida del hombre en la tierra pasan rápidamente y lo poco que aún queda ha de llegar a su fin, mas aquello que permanece y perdura por siempre es el fruto que el hombre cosecha de su servidumbre ante el Divino Umbral.

No estoy segura de sí mis intentos de consolar a mi hermana, que vive a continentes de distancia, dieron resultado. Aun así, esos intentos me hicieron reflexionar sobre los años que me quedan para prepararme para mi viaje al mundo espiritual, donde el concepto de tiempo tiene un significado completamente diferente.